Ella se levantaba sábados y domingos a las cinco de la mañana para estudiar matemáticas, explica aún angustiada y entre lágrimas, recordando aquellos días, “se crea tanta desconfianza en uno mismo que eso hace que uno no se sienta capaz de poder desarrollarse en ámbitos laborales”.
Por Ana Portella
Ciudad de México, 26 de julio (Telemundo). - Si Ilce Yanitsa Estrada hubiese tenido un maestro de Biología en su escuela de México, ahora quizá no se encontraría en centro espacial Kennedy de Florida con una beca para aprender a desarrollar misiones espaciales con la NASA.
“El ser autodidacta nace de la frustración”, explica, con la respiración aún acelerada. Lleva todo el día desplazándose por los pasillos del metro la ciudad. “Yo quería ser médico”, añade, “pero pedían muchas cosas de ciencias y de matemáticas a las que no habíamos tenido acceso”.
Estrada estudió en una escuela pública en San Felipe del Progreso, una ciudad a cuatro horas de camino de la Ciudad de México en transporte público. Es uno de los tres municipios del país en el que se concentra el pueblo indígena mazahua, el más numeroso del estado de México (casi uno de cada cinco de sus 16 millones de habitantes se identifica como tal).
Y entre ellos, esta joven de 22 años que contesta a las preguntas de Noticias Telemundo mientras compra libros de Economía para traerlos a un buen amigo de la secundaria que emigró a Estados Unidos a los 16 años; aprovechará el viaje para visitarlo. Aunque le gustaría, se resiste a identificarse como indígena porque ni habla lengua ni usa la vestimenta tradicional, pero reconoce que comparte los valores y la cultura de su pueblo.
Eso, en México, puede constituir una condena. Casi ocho de cada 10 indígenas es pobre, y la mitad de menores de edad vive en la miseria extrema, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social. Así, el 28 por ciento de jóvenes de su generación, entre 18 y 29 años, no concluyeron nunca la educación obligatoria, un porcentaje que dobla la media nacional.
“Me tocó ver niños en desnutrición en las comunidades más alejadas de los municipios. Creo que de ahí surgió mi inquietud”, explica sobre su vocación para ayudar a las personas. Su madre era maestra en escuelas indígenas, y ella le acompañaba a comunidades rurales. Su padre también enseñaba, pero además salía todos los días de casa con la luna puesta para comprar frutas y verduras para su puesto ambulante en el tianguis.
“Creo que al ver tanta incertidumbre”, explica sobre sus padres, “y que hay alrededor hay mucho embarazo adolescente, tenían temor”. Cuatro de sus amigas quedaron encinta antes de poder plantearse cualquier vida que no fuera la del cuidado familiar.
Ella se levantaba sábados y domingos a las cinco de la mañana para estudiar matemáticas, explica aún angustiada y entre lágrimas, recordando aquellos días, “se crea tanta desconfianza en uno mismo que eso hace que uno no se sienta capaz de poder desarrollarse en ámbitos laborales”.
No logró estudiar Medicina, pero sí Política y Gestión Social en la Universidad Autónoma. Y, en paralelo, siguió estudiando ciencias y análisis de datos por su cuenta, aprendiendo sobre inteligencia artificial y más tarde enseñando tecnología con un programa educativo que ella creó, Edu Motion. En 2018 tuvo la oportunidad de ir a una casa-hogar en Bogotá a dar clases de programación a jóvenes, para darles la oportunidad de explorar cómo se les daba la tecnología. “Al tener estos rezagos educativos uno no puede experimentar las ciencias, o si es bueno para química”, explica, recordando los días en los que, debido al rezago educativo de su escuela, no veía forma de encarrilar su talento. Junto con esto, trabaja a tiempo parcial en Impact Hub, un espacio de coworking, para costearse su vida en la capital.
La NASA la encontró durante el Talent Woman, un encuentro celebrado en marzo de este año para fomentar la vocación en ciencias y tecnología de las mexicanas. Ahí se enteró de la convocatoria de una beca para ir a conocer cómo funciona un centro espacial. “Esa noche casi no dormí”, cuenta. De sus estudios cuando quería ser doctora recordaba qué puede suceder a los líquidos del cuerpo humano en el espacio, y uso este conocimiento para escribir el ensayo con el que aplicó para el programa organizado por la empresa mexico-estadounidense Aexa.
Tras dos días y dos noches de investigación sobre los riesgos biológicos y políticos de la llegada del ser humano a Marte, Estrada logró ser una de las 12 mujeres jóvenes de todo el mundo que del 23 al 29 de julio se preparará, en equipo, para participar en una competición aún secreta. El ganador podrá enviar un prototipo a la Estación Espacial Internacional.
El programa STEM x Girls (STEM son las siglas en inglés de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) busca motivar a las jóvenes a que se interesen por estas disciplinas. En México, por ejemplo, ocho de cada 10 estudiantes no están interesados en ciencias y, entre los que sí optan por carreras de ésta área, la minoría son mujeres. Y eso pese a que, en este país, los sueldos son, como mínimo, un 20 por ciento superiores al resto de profesiones.
Con esta experiencia, Ilce confirma que a sus 22 años sigue igual que cuando contaba su edad con los dedos de una mano. “Cuando era niña jugaba a mil cosas en un solo día”, dice, con una sonrisa que delata orgullo por su historia personal; “cambiaba de profesión mil veces, mi mamá decía que puedo vivir muchas vidas en una sola”. Hoy pasar de dentista a exploradora no es tan fácil como imaginarlo, pero confía que en un futuro pueda unir sus puntos en desarrollar programas educativos para los jóvenes de zonas rurales. Y todo con el afán de evitar que, como a ella le pasó, la universidad, más que un derecho, tenga que ser un sueño en México.